Uno de los vocablos más relevantes de la filosofía griega es el de logos que puede tener varios significados: palabra, pensamiento, discurso, inteligencia, principio, etc. Fue utilizado por primera vez por Heráclito, para quien el logos era “el principio universal a través del cual todos los eventos naturales tenían lugar”.
Gorgias, para quien el poder de la palabra no tenía límites, dijo: “La palabra es un poderoso soberano que con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible lleva a cabo obras realmente divinas, puesto que es capaz de disipar el miedo, eliminar el dolor, generar alegría e inspirar compasión.”
Es curioso cómo, en la actualidad, hemos destituido el logos –la palabra– del lugar tan relevante que ocupaba en la cosmovisión de la Grecia antigua y, de este modo, hemos ido olvidando su poder creador y sanador. Las palabras no sólo sirven para comunicar ideas sino que nos impactan física, emocional e intelectualmente.
Al contrario de lo que se dice, las palabras no se las lleva el viento sino que tienen la capacidad de crear realidad, emociones positivas o negativas, de curar o enfermar, construir o destruir, alterar o serenar… Nuestras palabras pueden expresar creencias saludables que construyen marcos posibilitadores o creencias limitantes. Nos guste o no, las palabras con las que nos expresamos son la manifestación de nuestro mundo interior. Cuando juzgamos y criticamos no solo usamos el poder destructor de la palabra sino que eso habla más de nosotros mismos que del otro a quien criticamos.
Investigaciones recientes demuestran que las palabras alteran la estructura física del cerebro hasta el punto que, ciertas palabras, pueden llegar a activar las mismas áreas del cerebro y tienen los mismos efectos terapéuticos que un fármaco. Pero la comunicación no se limita a las palabras que pronunciamos. El tono y otras calidades de nuestra voz transmiten un mensaje mucho más potente.
En este sentido, la palabra reúne todas las características para ser conciliadora y terapéutica. Pero, igual que la espada, el lenguaje es un arma de doble filo. Así, dependiendo del uso que se haga, la palabra puede ser constructora, potenciadora y sanadora o bien ser instrumento de destrucción, limitación y enfermedad. Así pues, la palabra es una poderosa herramienta que tenemos los seres humanos pero que, dependiendo del uso que hagamos de ella, puede ser un gran aliado o bien todo lo contrario.
Construimos nuestra persona, nuestra memoria o nuestros sueños, palabra a palabra. Las palabras que elegimos para contar nuestra experiencia son tan importantes como la misma experiencia, ya que la recrean. La palabra tiene también un poder transformador. Dependiendo de cómo decidimos explicar nuestra vida, podemos recrearla como víctimas o como supervivientes.
Por extraño que nos pueda parecer, el bienestar emocional tiene su propia sintaxis y gramática. Como dice Luis Castellanos, autor del libro La ciencia del lenguaje positivo (Paidós): «Cuida tus palabras y ellas cuidarán de ti».
Es esencial que tomemos conciencia de la soberanía de la palabra, ya que junto con los pensamientos constituyen la materia de nuestra realidad.
Te invito a que prestes atención a cómo te expresas, a lo que dices de ti y de los otros liberándote del juicio y la crítica y a que utilices el poder de tu palabra para construir y abrir espacios posibilitadores. Aprende a comunicarte con los tuyos de manera sana y potenciadora utilizando el Poder de la Palabra a tu servicio.
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