Etimológicamente, la palabra educar procede de dos voces latinas. Por un lado, de educare que significa criar, nutrir o alimentar; por otro, de educere que equivale a sacar, extraer o llevar de dentro hacia fuera.
Esta doble etimología ha dado lugar a dos formas distintas de entender la educación que no deberían excluirse sino complementarse. Si se acepta la primera, la educación es un proceso de alimentación o nutrición que se ejerce desde fuera; si, en cambio, se adopta la segunda, se trata de una guía, de una orientación de las disposiciones y talentos ya existentes en el sujeto que se educa.
Educar va mucho más allá del mero hecho de transmitir y dar conocimientos. Se trata de ofrecer, al que aprende, los medios necesarios para que se pueda abrir al mundo y de orientarlo hacia el total desarrollo de sus posibilidades. Educar es guiar o conducir desde la ignorancia al conocimiento, ayudar a sacar, desde el interior hacia el exterior, lo más valioso de cada uno. La finalidad de toda educación no debería ser otra que capacitar a nuestros niños y jóvenes para que en un futuro, no muy lejano, puedan vivir una vida plena y con sentido.
Pero lo primero que debemos tener claro, como educadores y como padres, es que una educación sin amor no funciona, es decir, no educa. Un mundo sin la experiencia del amor acaba desembocando en la violencia y la evasión. Es muy necesario que aprendamos a sostener nuestros niños y jóvenes en el amor, sin juzgarlos ni proyectar nada sobre ellos; acompañarlos en su proceso de crecimiento pero, al mismo tiempo, también sabernos retirar respetuosamente. Debemos saber ver que cada uno de ellos es un camino único y reconocer su sabiduría y luz interior.
Como dijo el poeta y místico libanés khalil Gibran:
«Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas,
porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…).
Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.
Nuestro papel como madres/padres o educadores, por difícil que nos resulte, no es moldear a nuestros hijos sino hacer cuanto podamos para que ellos puedan desarrollarse sin condicionamientos, sin convertirse en recipientes de nuestros deseos frustrados, ya que, en muchas ocasiones, consciente o inconscientemente, empujamos a nuestros hijos a que vivan la vida que nosotros no pudimos vivir.
Lo mejor que podemos ofrecer a nuestros hijos es una educación consciente y esto significa que no vamos a moldearlos sino que vamos a abrirnos a la posibilidad de aprender y crecer con ellos con esta experiencia de ser madres/padres. La maternidad y la paternidad deben ser, antes que nada, un crecimiento y desarrollo para nuestra persona, solo así podremos dar a nuestros hijos lo mejor de nosotros mismos.
Cuando educamos a nuestros hijos o alumnos, es importante y necesario que nunca olvidemos que todos nosotros también fuimos y somos supervivientes de más de un naufragio.
Con este artículo, te invito a que eduques a tus hijos sosteniéndoles en el amor para que puedas ver cómo las relaciones cambian.
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