«Es cierto que apenas nacemos nos sentimos solos; pero niños y adultos pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismos a través del juego o el trabajo. En cambio, el adolescente, vacilante entre la infancia y la juventud, queda suspenso un instante ante la infinita riqueza del mundo. El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el río de su conciencia se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo. La singularidad de ser —pura sensación en el niño— se transforma, en el adolescente, en problema y pregunta, en conciencia interrogante». Octavio Paz, El laberinto de la soledad.
Así, aparece el primer interrogante que marca el paso de la infancia a la adolescencia: Y ahora, ¿Quién soy? Este interrogante tiene lugar en el/la adolescente cuando lo heredado ya no le es útil y quiere responder a él con su propia experiencia personal, dando inicio a su liberación y búsqueda interior.
El adolescente deja de ver la vida como un todo unitario, como es el caso del niño que vive la vida mediante la sorpresa y la fascinación por todo lo que le rodea. El adolescente se posiciona ante la vida y empieza la búsqueda de la que será su nueva identidad: aquella que quiere construir él mismo mientras, a la vez, va desvinculándose de aquella que han construido sus padres o educadores. Empieza así una lucha: la de demostrarnos que son singulares y únicos.
El/la adolescente se encuentra en una etapa de profunda transformación que será vivida con gran intensidad. Tiene que encontrar su lugar entre el ya no soy un niño/a y el todavía no sé qué soy. En la adolescencia aparece el anhelo de búsqueda y descubrimiento que todos llevamos dentro y emerge, así, nuestra potencialidad. Empieza a cobrar forma y fuerza una nueva dimensión en nosotros: la interioridad. Y es la conciencia que, como sujetos, tenemos de la aparición de esta interioridad, la que completará cualitativamente la evolución de nuestra persona.
Lo más importante del adolescente es su propia autotransformación, quiere ser él/ella a toda costa, ya no quiere ser el hijo/a de o el niet0/a de o el alumno/a de… Quiere ser él/ella, más allá de lo heredado de sus padres/madres y de sus abuelos, de todos sus ancestros, y por ello quiere autotransformarse y empuja para ir más allá de su propia herencia familiar. Quiere asumir su propia condición para poder tomar conciencia de sus propias fuerzas y capacidades. Por difícil que pueda ser para los padres o educadores, será la conquista de su propia personalidad la que lo llevará a un verdadero camino de autoconocimiento.
Pero para que el/la adolescente pueda desplegar su verdadero potencial debe ser capaz de reconocer y recibir la herencia familiar; reconocerla, pero a la vez transformarla, modernizarla y actualizarla a su nuevo tiempo, a su nuevo ser y, solo de esta forma, podrá encontrarse a sí mismo a través de su propia identidad renovada.
Es indispensable acompañar respetuosamente este nuevo nacimiento en el que el adolescente penetra en un mundo distinto al que conocía hasta ahora. La adolescencia es sin duda un segundo nacimiento. Por segunda vez en la vida, se produce una exposición de vitalidad que coloca al joven frente a la evidencia de su propia potencia. En la adolescencia se manifiesta el ser esencial del individuo, su pulso vital se va a manifestar a través de dos ámbitos: el deseo sexual y la vocación.
Pero el adolescente muchas veces se encuentra ante una enorme insatisfacción vital, una verdadera y peligrosa ruptura consigo mismo que lo puede llevar a una fuerte crisis. La incomprensión de este acontecimiento nos amenaza con el peligro de encasillar a nuestros jóvenes en etiquetas en las que ellos no se reconocen, ahogándolos y apagándolos, sin dejarlos brillar con su propia luz.
En la actualidad, son muchos/as los/las adolescentes etiquetados con un bajo rendimiento escolar, con déficit de atención, hiperactividad, desórdenes en su conducta, atrapados en obsesiones, adicciones, depresiones, etc. Pero el principal problema con el que nos encontramos es el de considerar la adolescencia una especie de enfermedad o, peor todavía, un trastorno psicológico.
A pesar de las reformas llevadas a cabo por el sistema educativo, la educación de los jóvenes sigue encorsetada en las exigencias de los programas oficiales cada vez más alejados de la realidad que representan los jóvenes de hoy en día. Estamos ante un sistema educativo, erosionado y obsoleto, que parece resistirse a la posibilidad de cambio que la misma situación actual pide a gritos. Impotente ante el abundante fracaso escolar, y que los adolescentes parecen tirar la toalla, ha construido una serie de etiquetas que le exime de asumir su propia responsabilidad. Pero también es cierto que debemos reconocer que no todos los problemas vienen de las aulas o el sistema educativo. No debemos olvidar que muestro sistema educativo es a la vez el reflejo de nuestra sociedad, tanto en sus virtudes como en sus defectos.
La adolescencia es mucho más que una crisis, es un despertar, es la emergencia de una nueva conciencia y el inicio de una poderosa transformación que, en algunos casos, puede conllevar una crisis. Este es sin duda el momento idóneo para ofrecer las ayudas y herramientas necesarias para que el joven pueda emprender el viaje de la vida, que no tiene otro destino que conocerse a sí mismo.
Pero es sumamente importante no interferir en su desarrollo sino favorecerlo, para que puedan disfrutar de su libertad como personas, para que puedan descubrir quién son por ellos mismos y no quien se les quiere obligar a ser.
Si te ha gustado el contenido, lo encuentras útil e interesante, te invito a que lo compartas y a que te suscribas al boletín de Acompañamiento a la Adolescencia si todavía no lo has hecho.