En una sociedad que clama la exterioridad como identidad, creo que si hay algo que no podemos dejar de cultivar y educar, durante la adolescencia, es la interioridad: espacio privilegiado que debemos preservar.
L@s jóvenes se identifican fuertemente con su exterioridad: la dimensión tangible y visible, aquello que percibimos del otro mediante los sentidos externos. La exterioridad incluye la corporeidad, la indumentaria, la gestualidad, la oralidad, etc.
La exterioridad nos dice mucho de una persona pero, todos nosotros, somos mucho más que lo que nuestra exterioridad muestra.
Es imprescindible dar herramientas a nuestros jóvenes para que puedan cultivar su vida interior mediante lo que podríamos denominar: una Pedagogía de la Interioridad.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de interioridad?
Más allá de nuestra corporeidad, de nuestro cuerpo físico, hay un cuerpo sutil, imperceptible para los sentidos, y allí es donde habita nuestra interioridad. Somos mucho más que lo que los otros ven o perciben de nosotros. Nuestra interioridad es aquello que no se ve, lo que no se puede tocar, lo oculto pero, paradójicamente, es lo que constituye nuestra esencia.
Tenemos que ayudar y acompañar a nuestros jóvenes a que aprendan a cerrar los ojos, al silenciamiento interior, a la quietud, a la contemplación, que sean capaces de estar y conectar con ellos mismos bajo la única mirada de sus ojos interiores y ayudarlos a crecer en el autoconocimiento.
Sin duda, la educación de nuestros jóvenes debería incluir el cultivo de este aspecto tan esencial de nuestra persona.
Y tú, ¿Qué piensas sobre la necesidad de una pedagogía de la interioridad para nuestros jóvenes?
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